Me declaro culpable de ser insensible ante temas tan comunes como la depresión. Puede ser por mi modo de ver el mundo hoy día, o porque evito pensar en el hecho de que la Depresión es un mal que agobia a muchas personas. Me declaro culpable de no querer escuchar a gente depresiva; a veces, mi obstinación por evitar lo negativo de la gente, me aísla del dolor que viven muchos por diferentes razones. Por esta insensibilidad pido perdón. Pido disculpas por olvidarme de que ahí afuera hay muchos sufriendo. Hay muchos llorando. Hay muchos sin esperanza. Pido perdón por no tomarme el tiempo para indagar el motivo de su sufrimiento, la causa de su desgracia, de su dolor. Mi justificación parte del principio de que no debo contaminar mi mente, de que debo tener «dieta hipoinformativa», de que debo alimentar mis pensamientos solo con lo positivo.
Para reivindicarme con esas personas que están sufriendo de Depresión quiero contarles mi historia:
A la depresión yo la respeto. Le tengo serio cuidado e intento alejarme de ella. Pero, la depresión y yo fuimos muy amigas hace unos años. Fuimos compañeras de batallas, de dolor, de desesperanza, de tristeza profunda, de falta de fe. La depresión me acompañó por lo menos durante 5 años de mi vida, a veces más de cerca, a veces de larguito, pero siempre estaba conmigo.
Conocí la depresión cuando perdí a mi primer hijo. Un bebé de 10 semanas de gestación, la mayor ilusión que hasta ese instante había experimentado en mi vida. Cuando perdí mi bebé, mi vida se derrumbó. Todo, absolutamente todo lo que había construido, lo había enfocado al sueño de ser mamá. Mi carrera profesional, mi casa, mi trabajo. Todo estaba pensado para llegar a ese momento culminante de ver nacer y crecer a mis hijos. Cuando perdí mi primer hijo, todo mi pasado, mi presente y mi futuro perdieron sentido. El médico tuvo mucho que ver en aumentar mi depresión, diagnosticando que las probabilidades de poder «pegar» un embarazo era 1 de 5, es decir, tan solo un 20% de las veces que «intentáramos». Esto derrumbó mi vida y cambio mi alegría, positivismo y fe en un futuro incierto, lleno de temores, cargado de preguntas sin respuestas y por supuesto sin ilusión por la vida.
Sufrí una depresión grave por unos cuatro meses después del aborto. Y poco a poco, con mi vida aún hecha trizas, retomé el día a día. Aunque intentaba simular que todo era como antes, mi vida nunca fue la misma. Estuve indagando en libros, revistas, cientos de artículos, internet, etc, etc, buscando respuestas, pero sobre todo, buscando una esperanza. Algo que cambiara mi realidad. En el proceso, dos cosas me ayudaron a levantarme de la cama. Se las comparto:
Pero la historia no acaba ahí. Varios meses después, mi esposo y yo, tomamos fuerzas y decidimos consultar con otro médico. Queríamos saber si el diagnostico que nos habían dado era cierto. Para nuestra sorpresa, el médico que me revisó nos dio la noticia de que todo en mi cuerpo estaba perfectamente bien para ser mamá. Que por lo menos a nivel físico mi cuerpo no tenía problema alguno para concebir. Esta noticia nos llenó de ilusión y esperanzas.
Justo al año de haber perdido nuestro primer bebé decidimos probar con un segundo embarazo. Esta vez todo iba a ser distinto. Comenzamos a llevar un control estricto semana a semana para ver la evolución del bebé. Pero justo a las 8 semanas, el doctor nos anuncia lo que nunca, jamás en la vida queríamos volver a escuchar… El bebé estaba muerto. No había «pegado». Ustedes pueden imaginarse lo que esta noticia representó para mi vida. Mi fe, otra vez a prueba se derrumbó por completo. ¿Cómo es que Dios permitía nuevamente que tanto dolor llegara a nuestra vida?. Y adivinen quién apareció en mi vida nuevamente: La Depresión.
Por muchos meses, e incluso años, viví con una depresión profunda. La verdad, me acostumbré a lidiar con ella, a simular que todo estaba en orden con mi vida, pero en el fondo esto no era verdad.
Una de las cosas que aprendí de la Depresión es que ella es un mecanismo de defensa para que no te mueras de dolor. La depresión lleva tu vida a un nivel de tristeza profunda, de desesperanza, de falta de ilusión, pero te mantiene a un nivel básico de sobrevivencia. Si sabes manejarla, puedes vivir muchos años con ella, pero no puedes permitir que ella gobierne tu vida o se apodere de tus pensamientos. Esto es lo que yo intentaba hacer. La terapia del perro, fue una vez más mi salvación. Esta vez, conociendo de antemano los beneficios de las mascotas para levantar el ánimo, mi esposo me regaló un cachorrito de Snauzer. Un chiquitín que llegó a alegrarme la vida, a tal grado que él se creía mi hijo y yo me creía su madre… En fin, yo siempre digo que fui salvada dos veces por perros y es totalmente cierto.
¿Cómo salí de la depresión?. Puedo resumirlo en tres pasos:
Mi amiga la depresión, fue para mi vida una gran maestra. Conocí la profundidad del dolor y la desesperanza, para luego poder contrastarlos con el amor, la fe, la confianza de que siempre habrá un mañana mejor. La depresión fue mi amiga, por eso, hoy la veo como algo muy bueno que tuve que vivir para crecer como persona, como mujer, como esposa, como madre… Ah sí como madre, porque al final de la historia, Dios nos concedió la posibilidad de concebir dos hermosos hijos, que hoy me recuerdan la bondad y misericordia de Dios y que Él estuvo conmigo por todo ese camino, que me amó, me comprendió y me cuido de no ir más allá donde mis malos pensamientos me sugerían que fuera. Dios estuvo a mi lado, en silencio, pero siempre a mi lado.
Si estás pasando por una etapa de Depresión en tu vida, quiero decirte que puedes salir bien librado de ella si te das el permiso de llorar, sufrir y patalear por solo un tiempo, y luego tomas las decisiones correctas para enrumbar tu vida nuevamente, hacia el cumplimiento del propósito y el plan divino que Dios ya trazó para ti desde antes de que nacieras. Él te dio dones, talentos, capacidades para que los uses para construir tu felicidad y sirvas a otros en beneficio de tu propia autoestima y motivación. La Depresión puede ser tu amiga, pero también puede ser tu enemiga. Tu decides como quieres vivir tu UNICA vida. Yo decidí no desperdiciar la mía en lamentos infructuosos. ¿Tu qué vas a decidir?
Tu amiga,